La mujer, compañera civilizadora
(Una reflexión en torno a la Epopeya de Gilgamesh)
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Antes es necesario relatar que en la espléndida ciudad de
Uruk, los habitantes rogaban a los dioses y diosas ayuda para que el rey
Gilgamesh dejase de comportarse como un tirano, ya que "no dejaba a padres con
sus hijos ni a las doncellas con sus amantes". Hasta que Arurú, diosa creadora, formó
de barro a un hombre que era más parecido a una bestia para que compitiese en fuerza
con el rey y de ese modo, este último moderase su actuar. Enkidú, fue ese ser
creado, fue enviado a la tierra, pero los mitos cuentan que de algún modo
olvidó que su misión era enfrentarse a Gilgamesh para dar cumplimiento a las
rogativas del pueblo, se dedicó a convivir con los animales y prácticamente era
uno de ellos, comía y bebía como un animal, tapaba los pozos de agua y destruía las trampas de los
cazadores, siendo también un perjuicio para el pueblo.
Gilgamesh hasta este punto viene a representar de cierto
modo a la civilización que se ciega en sí misma, que forma la grandeza de las
ciudades, pero que olvida al bienestar de quienes las habitan. Por otro lado,
Enkidú es la imagen del ser salvaje ensimismado, que obstruye el desarrollo humano. Es
relevante que ambas formas de brutalidad son personajes masculinos.
Esta vez, es un cazador que pide consejo a su padre, quién
lo envía al rey para solicitar específicamente la ayuda de una cortesana, más
allá de eufemismos, de una prostituta sagrada, una mujer de alto estatus en la
sociedad babilónica, educada y con derechos que iban incluso más allá del común
de la población.
Shamhat, la cortesana concedida para ayudar al cazador (y
movilizar toda la trama de la epopeya) llega hasta Enkidú. Pasan 6 días y 7
noches en el despliegue de las artes amatorias que traen al salvaje a un estado
de civilización, al recuerdo de cuál era su misión.
La cortesana le dijo a él, a Enkidú:
“¡Enkidú, qué hermoso eres, semejante a un dios!
¿Por qué debes correr con los animales por las estepas?
Ven, yo te llevaré a la amurallada Uruk,
Al templo sagrado, la residencia de Anú e íshtar,
Donde vive Gilgamesh, inigualado en poder,
Y como un toro salvaje reina sobre su pueblo"...
Ella le habló hasta que a él le gustaron sus palabras.
(Fragmento de la tablilla I).
Tras lo cual la historia prosigue, Shamhat lleva a Enkidú
ante Gilgamesh para que se enfrenten, cuestión que termina por convertir a
ambos protagonistas en amigos inseparables. Son respondidas las rogativas del
pueblo, el tirano y la bestia quedan enlazados, se doman mutuamente. La mujer
resulta ser la mediadora, pero no es cualquier mujer, más allá de su rol de
prostituta, es necesario destacar que es la mujer que se encuentra por sobre la
tiranía y el salvajismo, es la mujer educada, no solamente en las artes
amatorias, eran además encargadas de los templos de las más estimadas
divinidades.
Shamhat aparece esporádicamente en las tablillas I, II y VI.
En este último fragmento es maldecida por un Enkidú enojado a causa de su
enfermedad que le augura la muerte, atribuye su debilidad tanto al cazador como
a la mujer que lo arrebataron de su estado de naturaleza. A ella le desea una
vida de mendicidad y maltratos. Ante esto Shamash, dios solar de la justicia,
reprende a Enkidú, al decirle:
"¿Por qué, Enkidú, insultas a la cortesana?
¿No te dio tres platos para comer,
Como sólo corresponde a un dios?
¿No te dio vino para beber,
Como sólo corresponde a un rey?
¿No te vistió con espléndidos ropajes
Y te dio al glorioso Gilgamesh por amigo?...”
(fragmento de la tablilla VII)
Enkidú se tranquiliza
y cambia su maldición, ahora le dice que sea admirada por príncipes y nobles, además le procura riquezas y
comodidad.
Hay cierta paradoja en el hecho de que el personaje reniegue
aquello que lo hace ser, ya que en principio fue creado a petición del pueblo
para suavizar la tiranía, pero él mismo se convirtió en un salvaje que
obstaculiza el bienestar de la población. La mujer, desde su representación
arquetípica de compañera sexual, sagrada y culta, la que forma al hombre, le viste
y le alimenta a la manera de la gente civilizada, e igualmente lo conduce a la
formación de vínculos sociales. En definitiva, lo domestica para que cumpla la
misión de hacer de él mismo un contrapeso para la opresión del tirano. Pero Enkidú es
un descarado malagradecido, que solamente recapacita ante la reprimenda del
dios.
La epopeya prosigue con la historia de Gilgamesh en
solitario. Sin embargo, este resumen comentado se detendrá en la reflexión del
papel de la mujer.
Esa historia ya se contaba hace unos 5 mil años, pero ese
relato puede tener ecos aún al día de hoy, cuando estamos ad portas de una
revolución feminista en todo el mundo. La mujer es la que hoy en día toma el
rol protagónico de despertar las fuerzas sociales que se encausan a la lucha
contra todas las tiranías y salvajismos que se cometen. Hace miles de años, la
prostituta sagrada de Mesopotamia era una de las pocas clases de mujer que era
capaz de decidir sobre sí misma y sus bienes, nada más limitada al designio de
sus diosas (hay algunos idiotas que despectivamente le llaman puta a las mujeres independientes y
sexualmente libres en el presente), una de ellas quedó consagrada al mito en un
rol que parece secundario, pero que a todas luces es el auténtico factor que
moviliza a toda la obra, donde son los hombres los que dañan o quedan
indefensos, son los que buscan consejo, los que dudan y frecuentan más en el
error. Por el contrario, las personajes femeninas en general destacan por ser
creadoras, movilizadoras de fuerzas de cambio, más sabias y de buen juicio. La
mujer ya aparece construida, en oposición al ser masculino que se construye al
avanzar del relato, los segundos son personajes en evolución moral, mientras
las primeras aparecen ya evolucionadas o fijadas moralmente.
Otro aspecto digno de poner en paralelo es la sexualidad del
rey y la cortesana, el primero es prácticamente un depredador sexual, siendo
esto parte de las quejas de su pueblo, ya que “Gilgamesh no deja doncella a un
amante, sea hija de héroe, o elegida de noble” (tablilla I). Suena a lo que
contemporáneamente se ha dicho en una canción: “El estado opresor es un macho
violador”, lo que para tales circunstancias era mucho más literal. Por otro
lado, como ya antes se ha dicho, el sexo de Shamhat transporta al salvaje a un
nuevo estado, a la construcción del individuo dentro de la sociedad.
Este largo comentario solamente pretende movilizar la
reflexión, actualizar los mitos y abrir nuevas alternativas para su
comprensión, quedan infinidad de desacuerdos que zanjar entre los y las especialistas en torno al los mitos, el estatus social e incluso la existencia de las prostitutas sagradas, a pesar de eso, podemos actualizar y volver a hacer propios estos relatos que aún a pesar de su antigüedad, nos hablan de la esencia de la humanidad.
Anónimo. (2007). La epopeya de Gilgamesh. Santiago: LOM.
Otros textos que guiaron la reflexión:
Dadoun, R. (2006). El erotismo. Madrid: Biblioteca Nueva
McCall, E. (1994). Los Mitos Mesopotámicos. Madrid: AKAL
Rabinovich-Berkman, R. (Agosto 2013). El “Ciclo de
Guilgamesh” y las primeras ideas sobre los límites al poder legítimo. Pensar en
derecho. (2), 283-298.
Para citar este artículo por favor usar:
Cárdenas, L. (17 de diciembre de 2019). La mujer, compañera civilizadora. Sobre lo humano y lo divino. https://fadailalfaqir.blogspot.com/2019/12/la-mujer-companera-civilizadora.html
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